Resistencia contra la guerra, contra la dictadura, contra el desarrollismo franquista alimentado con la ayuda estadounidense; resistencia contra la teotecnocracia del Opus Dei, contra la represión y las cárceles, contra el exterminio de las libertades, contra el exilio. Carlos Álvarez, además de ser vapuleado por los censores, pasó por la cárcel y por el exilio. «Su historia como autor en libro —dice Santos Sanz Villanueva en Historia de la literatura española, vol. 6/2, El siglo XX. La literatura actual, Ariel, Barcelona, 1994, 5ª ed., pág. 430— constituye uno de los capítulos más duros de persecución por la censura, mientras sus títulos se editaban regularmente en otros países». Entre los escandinavos, por poner un caso, el escritor jerezano —traducido a numerosos idiomas— está valorado como uno del los mejores poetas españoles del siglo XX. En 1963 le fue concedido el Premio Lovemanken de los poetas daneses. Hay que volver a lo mismo: callarse no era ni ético ni estético. Los grandes poetas que practicaron la vertiente social fueron, ante todo, poetas. Carlos Álvarez es también, por encima de cualquier predilección temática, un poeta de raza que —prescindiendo de modas y esnobismos— no abjura de su indeclinable vocación cívica como sustancia nutricia de su escritura, adaptándose, como es lógico, al curso de las mutaciones históricas. Sobre la guerra civil:
Dicen que el año mil novecientos treinta y tantos
la tierra de mi patria dejó de ser tierra,
porque se convirtió en un suelo estéril
enemigo del trigo y de la lluvia;
que los ríos perdieron temblor y transparencia,
y supieron la forma concreta de la muerte;
que las noches no fueron compañeras del viento,
y los robles doblaron su medrosa estatura
temerosos de una bala perdida…
«Lección de historia», Poemas de la tierra prohibida, 1960
Víctima del levantamiento faccioso, Carlos Álvarez perdió a su padre, militar republicano, al ser éste fusilado en Sevilla el 24 de julio de 1936 por orden del general Queipo de Llano. Suena la hora del hombre extranjero en su patria, poeta errante que no renuncia al vértigo de las ofensas del pasado, a una infancia entre escombros:
Por aquellos desmontes de la Universitaria,
heridos
todavía por cascos de metralla
y por una tristeza en los paisanos
que entonces no veía,
jugaba algunas veces con los chicos
de mi curso escolar, con mis hermanos
si no estorbaba mucho, y otras veces
conmigo yo jugaba
con una soledad ya presentida…
«Recuerdo infantil», Tiempo de siega y otras yerbas, 1970
En la memoria se van fundiendo las fracciones de una biografía, se reconstruyen los asentamientos de un aprendizaje, se imprimen las huellas de la desolación:
¡Madrid de la posguerra! Las trincheras,
abiertas todavía,
servían de pretexto a la menuda
población que naciera bajo el fuego
para la diversión del escondite…
«En la despedida de un amigo», Noticias del más acá, 1964
Como dice Carlos Castilla del Pino en «Después de la autobiografía» (conferencia, Actas del congreso Literatura y Memoria, Fundación Caballero Bonald, Jerez de la Frontera, 2002): «Respecto de la vida que ya ha sido vivida, se tiene vida, se tiene biografía, mientras se tiene memoria. Y se deja de tener —como sucede con el Alzheimer— cuando la memoria se pierde. Los olvidos son pérdidas en la vida de uno, cosas que se van quedando en el camino, al margen, que no se recuperan».
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