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Carlos Alvarez

Carlos Álvarez: poesía y resistencia

 

Alfonso Sastre y la literatura de terror como arma política: teatro (El cuervo, 1956); narrativa (Las noches lúgubres, 1963; El lugar del crimen, 1982). La parafernalia del terror con finalidad política había sido ya divulgada por el cine expresionista germano como recriminación contra las atrocidades de la guerra, así como para hacerse eco del alarmante descarrío de la República de Weimar y el fatídico horizonte del nazismo: El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene (1920); El Golem, de Paul Wegener (1920); Nosferatu, de Friedrich W. Murnau (1922); M, de Fritz Lang (1931) o el ciclo del doctor Mabuse a cargo del mismo Fritz Lang (El doctor Mabuse, 1927; El testamento del doctor Mabuse, 1933 y Los crímenes del doctor Mabuse, ya de 1960). Lo tétrico se inunda de compromiso político. También Alfonso Sastre, en sus textos terroríficos, se ciñe a esta matriz: la inesperada y maligna alteración de lo cotidiano; el despertar de los horrores latentes en la naturaleza humana; la bestialidad constreñida pero no aniquilada; la repercusión social de tan insanas compulsiones cuando éstas infiltran las cimas del poder político o económico. En Aullido de licántropo la panoplia del terror, independientemente de su meridiano significado político-social, se rodea de una inconcusa ironía y una punzante mordacidad. Está, por ejemplo, el genial y acerado remedo caricaturesco del lenguaje forense en el juicio contra Larry Talbot. Ironía que es también franca e higiénica autoironía, como se constata en alguna de las notas a pie de página que reprueban accidentales deficiencias de los poemas del Hombre-Lobo:

 

¡Liberado! ¡Ya soy un hombre libre!
Ni el río cuando escapa de su cárcel
y fecunda la mar; ni el fuego interno
de la tierra cuando se abraza al aire,
pueden saber lo que acaricia ahora
mi libre corazón. ¡Oh, nadie, nadie
que no haya estado preso en la envoltura
de mi lobo insaciable!
La luna que contemplo sólo es eso:
la luna; no el suplicio abominable
donde mi piel resquebrajada ardía
por asco de mi yo más despreciable.*
Podré sin miedo adelantar la mano,
y acariciar como una flor el talle
de mi gentil amada**
sin que por eso se estremezca el aire;
beber el agua clara de las fuentes
sin fatiga ni angustia de encontrarme
los ojos del asesino
derramando terror; andar las calles
como cualquiera en paz sin que se encienda
la estremecida angustia de la carne…
sin ver una gacela en cada sombra;***.

 

He aquí las notas que acompañan al texto:

*«Sólo se puede perdonar la triple rima consonante en un poema asonantado en gracia al justificablemente exaltado espíritu de su autor en semejante coyuntura».

**«Demasiado cursi, incluso teniendo en cuenta la anterior disculpa».

***«¡La estremecida angustia de la carne! Por fortuna para la Literatura, y para su propio prestigio, Larry no terminó el poema. Estábamos temiendo ya una rima en sangre…».

 

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