Entrevista a Slavoj Zizek (La Voz del Interior, Córdoba, Argentina, noviembre de 2003). Pregunta: ¿Cuál es el objetivo de la crítica a la ideología hoy? Respuesta: «La ideología opera hoy plenamente. Uno de los tópicos de moda desde la desintegración del socialismo, a fines de la década de los 80, es que la era de la ideología ha terminado, de que vivimos en una época posideológica, pragmática, en la que la economía es una cuestión de expertos, y desde ese momento no se cree más en las grandes ideologías. Creo que eso no es verdad. Los 90 fueron los grandes años de la utopía liberal capitalista, eso que Francis Fukuyama conceptualizó con la fórmula del fin de la historia. Eso fue una ideología en la que la experiencia ideológica nunca se vive como ideológica en sí. Hay además un fuerte sentido simbólico en el 11 de septiembre, y es precisamente que marca el final de esta ingenua utopía liberal. Ahora sabemos que no hay tal fin de la historia, que no todo el mundo va a ingresar al canon de este mundo capitalista liberal y tolerante. Y a pesar de todo, la gente continúa sin aceptar que la ideología está aún operativa. Especialmente hoy las elecciones políticas están mediadas por la ideología, y son presentadas como elecciones debidas al sentido común o al conocimiento de expertos. Si se escucha a los economistas de hoy, pretenden hacernos creer que lo que ellos hacen es ciencia, como si la ciencia de la economía no tuviera nada que ver con la política sino con el movimiento de los mercados. Pero si esto se analiza de cerca, hay ciertas presuposiciones políticas, porque la economía nunca es simplemente pura economía. Y esto es de lo que debemos convencer a la gente: que la ideología funciona precisamente cuando es invisible, cuando uno no está atento». Louis Althusser complementó el análisis marxista de la ideología trabajando tanto sobre la función estructural del sistema de representaciones como sobre la relación de las ideologías con el conocimiento. Según Santiago Castro-Gómez («Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología», Revista Iberoamericana, Pittsburgh, v. LXVI, n. 193, 2000, págs. 737-751), para el autor de Marx dans ses limites «las ideologías cumplen entonces la función de ser “concepciones del mundo” —Weltanschauungen— que penetran en la vida práctica de los hombres y son capaces de animar e inspirar su praxis social. Desde este punto de vista, las ideologías suministran a los hombres un horizonte simbólico para comprender el mundo y una regla de conducta moral para guiar sus prácticas. A través de ellas, los hombres toman conciencia de sus conflictos vitales y luchan por resolverlos. Lo que caracteriza a las ideologías, atendiendo a su función práctica, es que son estructuras asimiladas de una manera inconsciente por los hombres y reproducidas constantemente en la praxis cotidiana. Se puede decir entonces que las ideologías no tienen una función cognoscitiva —como la ciencia— sino una función práctico-social, y en este sentido son irremplazables. “Las sociedades humanas —escribe Althusser— secretan la ideología como el elemento y la atmósfera indispensables a su respiración, a su vida histórica” (La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 1973, p. 192)». Esta es la traslación que en Aullido hace Carlos Álvarez al lenguaje poético —un romance indeleble— de dicha realidad:
Se llamaba Frank Stein.
Nació pobre: como un árbol,
sembrado estuvo en la tierra…
después lo desarraigaron
para hacer de su madera
la jaula donde encerrarlo.
Vino el niño Frank al mundo
para ser precio barato
cuando pusiera a la venta
su fatiga en el mercado;
más, como creció tan recio
y eran de acero sus brazos,
los que con él traficaban
pensaron utilizarlo
también como vigilante
del sudor de sus hermanos.
Por eso cuando contemplan
desde arriba lo de abajo,
se hacen guiños los planetas
y bailan alborozados
al ver cómo en las ciudades,
junto a la mar y en los campos,
hay un orden inmutable
para siempre asegurado,
pues tiene Frank la herramienta
y Stein un rifle en la mano.
El «monstruo prusiano» cae inconscientemente doblegado por la ideología de Von Urdalac y demás congéneres. «Creo poder afirmar —remata Althusser— que la ideología en general no tiene historia, y esto no en un sentido negativo —su historia acontece fuera de ella—, sino en uno completamente positivo. Este sentido es positivo si es verdad que lo propio de la ideología es estar dotada de una estructura y de un funcionamiento tales que la convierten en realidad no histórica, es decir, omnihistórica, ya que esta estructura y este funcionamiento se hallan bajo una misma forma inalterable, presentes en lo que se llama la historia entera. […] Si eterno significa no lo trascendente a toda historia sino lo omnipresente, lo transhistórico y, por tanto, inmutable en toda la extensión de la historia, tomo entonces palabra por palabra la expresión de Freud y escribo: la ideología es eterna tal como lo es el inconsciente» (Louis Althusser: Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan. Nueva Visión, Buenos Aires, 2005. La obra fue escrita en 1969 y modificada en 1970).
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