Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Carlos Alvarez

Los escritos de Edward Said —que afirmaba estar «instintivamente del otro lado del poder»— deslindan con desusada madurez los estragos del nuevo y negro orden mundial. Said fue un resistente y nunca cejó en sus llamamientos a la resistencia. No obstante, recriminó a los opositores antisistema la falta de programas alternativos factibles y coherentes, lo cual provee al capitalismo de un inimaginable potencial de absorción, ya sea por la senda ultraliberal —la no intervención del Estado—, ya por la socialdemócrata —irrevocabilidad del mercado—. El concurso de las tecnologías más sofisticadas y las draconianas leyes de la tan bendecida economía libre engendra sociedades edificadas sobre la desigualdad, la enajenación y la disgregación interna. El dinero se siente como pez en el agua mientras propulsa un entramado de tensiones y antagonismos sociales como corolario de sus implacables dispositivos depredatorios. Para Said «nada desfigura la actuación pública del intelectual tanto como el silencio oportunista y cauteloso, las fanfarronadas patrióticas». La disolución de la cultura en tanto que ilación del transcapitalismo ha sido una de las prioridades en el pensamiento de Edward Said —para Teodoro Pablo Lecman «el único sexo es el capital». Véase «El falso self y la falsificación de la esperanza», www.elsigma.com, 2004—. El sistema propicia, según Said, una «degradación seductora del conocimiento». En un artículo publicado en El País (27 de julio de 2003) Said ponía el dedo en la llaga: «Varias generaciones de estadounidenses consideran el mundo árabe, fundamentalmente, como un lugar peligroso en el que brotan el terrorismo y el fanatismo religioso y donde unos clérigos malintencionados, antidemocráticos y violentamente antisemitas inculcan maliciosamente a los jóvenes un antiamericanismo gratuito. En estos casos la ignorancia se convierte directamente en conocimiento». Said ya había estudiado esta polémica en Orientalismo (1978), donde destapaba «los persistentes y sutiles prejuicios eurocéntricos contra los pueblos árabe-islámicos y su cultura». Más tarde, en 1993, completó el diagnóstico en su libro Cultura e imperialismo, en el que enfatizaba criterios relativos a la visión del otro, la visión de los vencidos, es decir, el enfoque de intelectuales africanos, asiáticos, latinoamericanos y europeos —sobre todo irlandeses— sobre la dominación occidental —véase Francisco Fernández Buey, «La contribución de Edward Said a una tipología cultural del imperialismo», www.lainsignia.org, octubre de 2003—. El curso de esta degradación de la cultura se irradia desde la soberanía del mercado y se profundiza a través del avasallador hegemonismo mediático. Contra todo esto se subleva la poesía y la prosa poética de Carlos Álvarez («Enemigos son los dioses», El testamento de Heiligenstadt, 1985): «Enemigos son los dioses, de altiva indiferencia ante el punzante aguijón de cuanto clava su agresiva ponzoña en el simple ser humano, desvalido en su soledad si no encontrara en quienes lo rodean la firme roca donde afianzar su estatura. Pero una maldición despiadada, que viene de más allá del primer testimonio escrito, de antes quizá del fuego auroral y la inesperada germinación del grano, privó a cada hombre del amparo de todos sus mayores, dividió en castas, minúsculas parcelas étnicas o tribales, u otras en las que aún es más fácil comprobar el artificio de la indeseada división, a una colectividad que dejó de ser fraterna para trocarse en enemiga y guardiana cada ínfima porción de sus mezquinos y singulares intereses».

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

×