Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Carlos Alvarez

Ya en 1913 Henry McRae había realizado, para Bison/Universal, un cortometraje mudo —The Werewolf— sobre la leyenda del hombre-lobo, que fue el preludio de toda una avalancha filmográfica alargada hasta nuestros días. El nombre del protagonista de Aullido de licántropo está tomado del personaje central de la cinta The Wolf Man (Universal Pictures, 1941), dirigida por George Waggner con guión de Curt Siodmak, en la que el hombre-lobo era interpretado por Lon Chaney jr. El resto del elenco era de lujo, con Claude Reins en el papel del padre de Talbot, además de Ralph Bellamy, Bela Lugosi y Maria Ouspenskaya. Todo un clásico del cine de terror. Pero en el libro de Carlos Álvarez participan otras dos figuras capitales de la galería cinematográfica de los horrores: el conde centroeuropeo —Drácula, bajo los anagramas de Monsieur Lacuard y Von Urdalac— y el monstruo prusiano —la criatura de Frankenstein o, en bipartición nominal, Frank Stein—. Es decir, la infernal trinidad. Entre los tres vértices de este espantoso triángulo se teje una red de lazos inmundos con un diáfano significado sociopolítico. Drácula es el aristócrata opulento que representa el poder del capitalismo —imperialismo, colonialismo— que vampiriza, nunca mejor dicho, a la sociedad. Frank Stein —o en alguna ocasión Frank y Stein— es la fuerza bruta alienada por la ideología dominante y sojuzgada por el poder como instrumento a favor de sus intereses. El hombre-lobo, por su parte, no es «ni conde ni esclavo, sino un hombre de traje gris sin más variaciones que las que impongan en cada momento los dictados de la moda, es, evidentemente, un ser humano más afín a la mesocrática mentalidad burguesa. […] En definitiva, el hombre con quien podemos tropezarnos en nuestro cotidiano deambular por las calles». A partir de estas referencias literales, la identificación entre el autor y Larry Talbot no se evacua como un simple y directo alter ego. Sí cabría hablar de una parcial similitud —aceptada por el poeta— dentro del circuito de las contradicciones socioculturales en las que se desenvuelven las capas medias de la sociedad, siempre entre dos fuegos. Existen entre ambos fehacientes paralelismos: «Lo que sí parece cierto es que tenía [Talbot] ideas políticas bastante bien definidas, y que estas ideas no estaban en absoluto relacionadas con una gran admiración o respeto por los conceptos de autoridad y orden. ¿Diremos de una vez que nuestro licántropo era hombre, o si se prefiere lobo, de izquierdas? […] ¿Por qué un licántropo no puede ser, por ejemplo, partidario de la propiedad colectiva de los medios de producción, del equilibrio en el reparto de los beneficios, y de que el común de los ciudadanos ejerza un control perfecto sobre los administradores del poder?» El linaje creativo, el anticlericalismo, el laicismo radical, el ateísmo, la incredulidad hacia los artefactos y embaucamientos de la democracia liberal, son también señas concomitantes. Larry piensa que «encauzando debidamente su inclinación (de manera que el plenilunio le sorprendiera, etcétera, etcétera, etcétera…), podría colaborar con las leyes dialécticas de la materia de forma que su granito de arena contribuyera…» Y otra vez la cárcel; las cuatro paredes de una celda sientan una nueva analogía entre Carlos Álvarez y el licántropo:

 

cuando mi aullido avanza
sin forma, como un soplo, como un viento,
como el mensaje arcano de los astros
despertando el deseo más secreto;
cuando saber no puedo si soy hombre o soy lobo,
acaso entonces sí, pero hasta entonces,
en verdad os lo digo: soy un preso.

 

Los crímenes del hombre-lobo dan pie, cuando menos, a dos permisibles lecturas: [1] el atavismo animal y salvaje del ser humano que se libera eludiendo todo control; [2] el soterrado instinto de trasgresión, amotinamiento y violencia contra el poder opresivo. Y esto sin ahondar en las patologías orgánicas o psíquicas que se han relacionado con la licantropía: porfiria cutánea tarda; hipertricosis universal congénita o síndrome de Ambras; síndrome de hirsutismo con fibromatosis gingival, ciertos tipos de esquizofrenia, etc. En lo tocante a otros distintivos más bien desfavorables de la idiosincrasia del señor Talbot —lo grisáceo, la maleabilidad, el patrón pequeñoburgués, etc.—, el parentesco con Carlos Álvarez se debilita. Carlos es licántropo, pero no es gris, ni maleable, ni pequeñoburgués, ni es presa de ninguna de esas espeluznantes enfermedades ni, hasta ahora, ha matado a nadie.

Otto Dix: Tríptico de la gran ciudad (parte izquierda).
Otto Dix: Tríptico de la gran ciudad (parte izquierda).
Otto Dix: Tríptico de la gran ciudad (parte central), 1927-1928.
Otto Dix: Tríptico de la gran ciudad (parte central), 1927-1928.
Otto Dix: Trítico de la gran ciudad (parte derecha).
Otto Dix: Trítico de la gran ciudad (parte derecha).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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