«El hombre de nuestro tiempo» es en este libro un personaje más del museo de lo monstruoso. Y no sólo potencialmente. En apariencia no es un engendro macabro, pero su inercia resulta mortífera. Es el hombre envilecido ideológicamente por una cultura de la devastación. A este hombre «no le preocupan las fases lunares, no asesina durante el plenilunio, vive como tantos otros, uno más, sin problema especial, sin especial destino». En opinión de su comentador, Larry debería envidiar a este espécimen: «Un hombre que, cuando vuela, no es en la alfombra mágica de la imaginación ni a lomos de una escoba la noche de cualquier sábado. Su reactor, el que él tripula, no tiene nada que ver con la magia. […] Hace poco, voló sobre un pequeño país, dejó napalm como recuerdo a sus asombrados moradores. Salúdalo, Larry: no es un hombre alienado por la luna llena, nunca se transforma en lobo». Corea. Vietnam, Camboya, Afganistán, Iraq; mañana Irán o nuevamente Corea del Norte.