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Carlos Alvarez

Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Oskar Kokoschka: Autorretrato, 1917.
Oskar Kokoschka: Autorretrato, 1917.

En 1975 se publica Aullido de licántropo, uno de los libros más interesantes, audaces y complejos de Carlos Álvarez. En 1976 aparece, bajo el sello de Ocnos, la segunda edición revisada y corregida. Conjunción de poesía en verso y prosa narrativa en un ensamblaje argumental metódica y consistentemente construido. La alternancia de verso y prosa la encontramos también en Cantos y cuentos oscuros, El testamento de Heiligenstadt o Memoria del malentendido. Pero Aullido de licántropo rebasa esa alternancia, de suerte que su diseño, desde el punto de vista del género, es comparable, según David Felipe Arranz, al de una novela poemática, donde la experimentación se asocia al inextirpable compromiso político y social del poeta («La poética de la disidencia de Carlos Álvarez», en El invisible anillo, nº 4, Madrid, mayo-agosto 2007). El vector Maiakovski —«Mañana / la calle se llenará de nuestras voces»—: la exploración formal no exenta de una intención política premeditada y un contenido inteligible. Por encima de rastreras connivencias y cicateros mutismos, Aullido de licántropo es una obra de peso en nuestra poesía de la segunda mitad del siglo XX. Una obra a la que el staff académico no ha hecho justicia y a la que algunos glosadores atolondrados han querido ver como un derivado epigónico de la estética de los novísimos, lo que equivale a una colosal falta de perspicacia o a una deliberada marrullería. En la década de los 70 germinaron indicadores de época, como el exorbitante arsenal de la cultura pop y de los mass media, una de cuyas unidades modulares era, justamente, el orbe de la gran pantalla. La presencia en Aullido de la mitología del cine y la literatura de terror —acogida por algunos poetas de la antología de José María Castellet— es quizás el quid de aquella errática conclusión, en la que, de entrada, se ha postergado la envergadura del compromiso social, ético y político del libro de Carlos Álvarez, una textura de gran expansibilidad crítica apenas conciliable con el afectado breviario veneciano —hechas las salvedades de Vázquez Montalbán y Leopoldo Mª Panero, que de venecianos tenían poco—. Del venecianismo hablaba ya, con irregular precipitación, un egregio crítico en la sección «Artes y Letras» de Informaciones el 14 de mayo de 1970. La cuestión es que: «La poesía social —como escribe José Ángel Ascunce— adelanta los recursos poéticos, que la crítica por arte de birlibirloque ha otorgado a la siguiente generación. Los rasgos definidores de la llamada “poesía del conocimiento” o “poesía de la experiencia” se encuentran ya en mayor o menor medida en los poetas sociales. […] La ironía como razón desrealizadora y crítica es utilizada por la poesía social.

Oskar Kokoschka: Retrato de Hirsch anciano, 1907.
Oskar Kokoschka: Retrato de Hirsch anciano, 1907.

La autocitación o autorreferencialidad es empleada ya por León Felipe. Blas de Otero usa con un dominio exquisito y con un tacto poético claros procedimientos de intertextualidad. El intimismo subjetivo y la angustia existencial se encuentran en dosis considerables en los poetas sociales, etc. Es decir, sin menospreciar por lo mucho que admiro y valoro a los poetas que irrumpen con fuerza avasalladora en la década de los sesenta y décadas siguientes, hay que proponer que los “novísimos” no son tan nuevos como algunos críticos proponen, ya que muchos e importantes factores de esa novedad sólo les pertenecen como herencia de una tradición poética anterior: la poesía social» (José Ángel Ascunce Arrieta: «La poesía social española: características, validez y límites», Hispanorama Mitteilungen der Deutschen Spanischlererverbands—, 48, marzo 1988, Poesía española contemporánea: de la posguerra a la generación del 70, págs. 98-107; en Francisco Rico: Historia crítica de la literatura española, vol. 8/1: Santos Sanz Villanueva: Época contemporánea: 1939-1975. Primer Suplemento). En Aullido de licántropo, los iconos del Hombre-Lobo, Drácula o Frankenstein, así como la simbolización sociopolítica de los mismos y su engranaje en el discurso artístico, concuerdan más bien con la ideación y la praxis del expresionismo alemán: ironía, sarcasmo, deformación cáustica, parodia corrosiva, vibración contestataria y funcionalidad política. A todo lo cual se añade una corpulencia lírica de admirables y depuradas proporciones.

 

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