Carlos Álvarez y el teorema del malentendido:
Ya sé que fue un equívoco el insulto,
que fue un malentendido. Nadie quiso
dibujar tanto surco en mis espaldas
de paria ni agotar
el manantial de vida que me dieron;
nadie quiso ofenderme, ya lo sé.
Pero escrito está todo en los arcaicos
papiros, en los códices antiguos,
a máquina en los pliegos de estos tiempos
olvidadizos de su propia estirpe.
Y algo a mí se me debe. Y lo reclamo.
«Memorial de injurias», Memoria del malentendido, 1993
Sin un ápice de resentimiento, sin asomo de revancha ni ajuste de cuentas, Carlos Álvarez se atiene en sus reivindicaciones a la universal prerrogativa de los derechos inalienables del ser humano. El cansancio, el desgaste, realzan la dignidad del resistente:
[…]
Yo imagino
que la existencia toda es como el breve
capítulo que acabo de contaros:
que al ritmo meridiano de la fuerza
vital el horizonte le apetece;
pero, el peso del fardo ya excesivo,
preferible es entonces la posada…
El zurrón y el cayado, todavía
—aunque harapiento y quebradizo— aguanten.
«Segundo descubrimiento de América», Reflejos en el Iowa River, 1984
El tiempo epónimo; la variable en el interior de una furtiva alegoría. Fue una amonestación temprana del poeta:
Consulta tu reloj a cada instante;
pregúntale a los otros por tu tiempo;
vigila el corazón por si adelanta,
o acaso está cansado y marcha lento.
Tu pulso es como un río
que a veces quiere navegar, incierto,
o encontrarse en la calma de los lagos
o buscar el atajo montañero…
«Primer consejo», Poemas de la tierra prohibida, 1960