La dialéctica entre lo individual y lo colectivo; la divisa suprema de la solidaridad, pero también el caudal de lo anímico:
¿Cuál en su espejo vio una muchedumbre
y en ella diluirse lo más íntimo
de su yo en el nosotros? Muchas veces
busqué esa dimensión, sentí el latido
de la vena plural; mas ¡cuántas otras
la imagen de Narciso
su irónica sonrisa reflejaron
esas oscuras aguas de mí mismo!
«Shangri-La», La campana y el martillo pagan al caballo blanco, 1977
Carlos Álvarez libera en su poesía un anchuroso espacio de pluralidad, un espacio comunitario, en el cual confluyen, sumándose para su plena realización, las singularidades personales: un espacio intrínsecamente solidario. Tres composiciones de su libro Eclipse de mar (1973) instruyen con exactitud este argumento. En la primera composición —«¿Por qué nada nos dices del amor?»— el poeta subraya, en forma dialogada, una preferencia por el afecto entendido como experiencia universal:
[…]
Di mejor
que sé amar en plural.
—Pero el sudor
que expresas no te alcanza.
—Su diadema
no he ceñido a mi frente: es el problema
de todos el que canto.
En el segundo poema —«Bajo la piel del racimo»—, tras un reproche hacia la tentación egocéntrica, «la conciencia de lobo del pronombre / primero y agresivo», aflora el deseo de compenetración con el resto de los seres humanos; un anhelo desinteresado de concordia y alianza expuesto a través de la metáfora de la vid. Envidia de las uvas:
De no estar más allá de la envoltura
donde nada separe mi problema
del problema plural: donde se enlace
mi sangre con la sangre del racimo.
El tercer texto —«En el fondo del vaso»— refrenda la pasión por la camaradería cultivada en los recintos públicos:
Como antaño, me gustan las tabernas
donde, más que de vino, tantas veces
me embriago de amistad, y casi logro
perder toda memoria de mí mismo.
Emerge en medio de esta llana generosidad, de este espíritu de confianza en los otros, una postura de resistencia que repudia la emulación, el exclusivismo, el afán competitivo o el clasismo —vicios todos hoy rehabilitados con insólito fervor por la amoralidad posmaterialista.