Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Carlos Alvarez

Lucha de clases globalizada: dos terceras partes de la población mundial explotadas por el tercio restante. Carlos Álvarez:

 

Para que vieras que la sangre es roja
la cabeza corté del rey don Carlos.
Y el viento preso en la Bastilla pudo,
porque abatí sus piedras, darle al cielo
la carcajada de su cabellera:
blasfemia y estandarte contra el caos
al que le llaman orden los esbirros
de la púrpura blanca. Del Palacio
de Invierno, en que gemían las alfombras
de piel asesinada, hice un museo
donde el hombre su historia conociera
para no revivirla

[…]

«Yo, la revolución», Memoria del malentendido, 1993

 

Las grandes masas de empleados son, según el protocolo del World New Order, los insustituibles chivos expiatorios de las crisis económicas. Las clases populares, expoliadas por el consumismo y atrapadas por una precaria e hipotecada irrupción en la propiedad, apuntalan la ferocidad del sistema —José Saramago: «El capitalismo clásico explotaba a los asalariados; el neocapitalismo explota a los consumidores. Es necesario que las mayorías acumulen cosas para que las minorías acumulen capital»—. La estafa del trabajo inestable; el mileurismo; la discriminación salarial de las mujeres; la nueva esclavitud a la que se ve reducida la inmigración ilegal; el desmantelamiento del Estado del bienestar y la voladura de las conquistas sociales; el aluvión de privatizaciones; la gran mentira de las bondades adjudicadas a la flexibilización del mercado de trabajo —o la más flamante broma de la flexiseguridad—; el espectro siempre acechante del paro. ¿Serían hoy éstas las plataformas idóneas para una literatura explícitamente social? ¿No basta semejante cuadro de obscenos ultrajes, afrentas vejatorias e infames conjuras —«efectos no deseados o desviaciones coyunturales», en el argot del FMI o del Banco Mundial— para que los textos de Miguel Hernández, Otero, Celaya, Carlos Álvarez, José Hierro, León Felipe, Brecht, César Vallejo, Benedetti, Enzensberger, Peter Maiwald, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, etc., prorroguen, sin demasiadas trabas, sus humanamente intemporales mensajes? En 2005 dio a la imprenta José Manuel Caballero Bonald un excelente poemario titulado Manual de infractores (Seix Barral) con el que este paisano de Carlos Álvarez saltaba a la palestra armado con toda la artillería de su conciencia siempre crítica para encararse, como condensa Miguel García-Posada, «con la falsedad y las mentiras del discurso político y de los poderosos del mundo». Bonald recrudecía en este libro su voz más insolente en contra de las fuerzas retrógradas de nuestro país:

 

Abstemios y locuaces viven juntos
en la casa de la infelicidad.
Allí reciben con asiduo encono
a gentes ambidextras, adiestradas
en los arduos oficios
de la majadería, ya en los siempre viscosos
reductos de los bienpensantes

 

o de allende nuestras fronteras, como cuando da rienda suelta a su indignación en contra de la guerra de Iraq:

 

[…]

Y allí mismo, detrás de la estrategia
irrevocable del terror, ¿no escuchas
el sanguinario paso de la secta,
la marca repulsiva
del investido de poderes,
sus rapiñas, sus mañas, sus patrañas?

 

Bonald daba con este libro una poética lección de compromiso moral con la realidad circundante. Sobre el renacimiento de lo social en la literatura, consúltese el trabajo de José M. Mariscal y Carlos Pardo (eds.): Hace falta estar ciego (Poéticas del compromiso para el siglo XXI), Visor, Madrid, 2003. En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (www.cervantesvirtual.com) puede leerse un jugoso texto de Luis García Montero —«Poetas políticos y ejecutivos bohemios»— incluido en la obra anterior (págs. 11-23).

 

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