Iniciar sesión

¿Has olvidado tu contraseña?

Ver tu carrito

Blog

Carlos Alvarez

Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Carlos M. López Ramos

Revista de Literatura Tierra de Nadie 8

 

Carlos Alvarez
Carlos Alvarez

«Sólo los “escritores sin mandato” tienen la posibilidad de señalar, aun con sus flacos medios, el rumbo desastroso de los acontecimientos que amurallan el horizonte y obstruyen la percepción correcta del cómo y el porqué de lo acaecido», afirma Juan Goytisolo en uno de los ensayos —«Escritor sin mandato»— de Cogitus interruptus (Seix Barral, Barcelona, 1999). El concepto de «escritor sin mandato» viene de un artículo de Günter Grass —«La soledad del capitalista», El País, 8 de marzo de 1997—. Entre otros temas, Grass hablaba allí de la reacción negativa de la crítica occidental respecto a su novela Un vasto campo (Ein weites Feld, 1995), en la que trataba el espinoso asunto de la reunificación alemana desde una perspectiva discordante de la del bando victorioso. Grass contaba el proceso desde el punto de vista de los afectados por el mismo, es decir, desde la óptica socialmente más baja, lo que no gustó demasiado a los «conquistadores» de la RDA.

Goytisolo aporta en su ensayo ciertas especificaciones: un escritor sin mandato «es el que frente a los innumerables defensores de intereses particulares, gremiales o nacionales, asume un internacionalismo apátrida que le sitúa extramuros de ellos, se enfrenta así al ponzoñoso rencor de quienes se amparan en sus fratrías, academias, grupos de presión y puestos oficiales para desterrar o combatir con todos sus medios la belleza insurrecta, la desestabilizadora invención y, consecuentemente, la crítica mordaz de sus valores decrépitos», lo que puede conllevar actitudes de desencuentro o incluso colisión con el orden establecido y los poderes que lo representan. Según Goytisolo, ejemplos de escritores sin mandato en España fueron José María Blanco White, Mariano José de Larra, Leopoldo Alas «Clarín» o Luis Cernuda, entre otros. También podría aducirse el caso de León Felipe, poeta y hombre incorruptible: «Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos… / y sé todos los cuentos». O el de Gabriel Celaya, fallecido en medio de acuciantes estrecheces económicas, que se vio obligado en 1984 a vender su biblioteca personal —12.000 volúmenes— a la Diputación Provincial de Guipúzcoa para hacer frente a sus necesidades primarias, y que fuera ya en vida, no digamos tras su muerte, deportado a las tinieblas —véase Fernando Aramburu, «El injusto olvido de Gabriel Celaya», La insignia, 27 de junio de 2001: www.lainsignia.org celaya 27 de junio de 2001—. Por no mencionar expedientes clamorosos como los de José Bergamín y Alfonso Sastre, segregados como auténticos proscritos; o el de Leopoldo María Panero —transfigurado en un espectro sólo apto para esporádicos reportajes metapsíquicos—; o, sin ir más lejos, los del propio Juan Goytisolo y su hermano José Agustín. Escritor sin mandato es también, por anuencia moral, Carlos Álvarez (Jerez de la Frontera, 1933). Y como prototipo antagonista de la anterior progenie, el autor de Reivindicación del conde don Julián designa la contrafigura del literato —paradigmáticamente— posmoderno: «cómodamente instalado en el escalafón y con la vista puesta en sus posibilidades de escalo a una jerarquía superior y más retribuida. Hojear las «meditaciones» semanales o diarias de cualquiera de esos farautes revela al punto su superficialidad y arrimo calculado a los gustos e ideas del público, su pereza intelectual y afán de agradar arropados en una vaga y ripiosa jerga humanista. Demasiado absortos en la autopromoción y en el movimiento oportuno de sus fichas en el tablero de ajedrez en el que forjan sus carreras, huyen con el mismo pavor de toda innovación literaria y compromiso político de allende los límites trazados por el gremio. La defensa del puesto alcanzado en la lista de campeones de venta y del territorio mediático a duras penas conseguido les empuja a confundir sus intereses con los de la humanidad entera. El narcisismo, propensión a la vanagloria, y esa destreza social oportunista y matrera que deslumbran y confunden a quienes lo rodean desbaratan en cambio su rigor intelectual, literario y humano: el conformismo ha sido, es y será siempre el peor enemigo del talento».

CompárteloShare on FacebookTweet about this on TwitterShare on Google+Pin on PinterestEmail this to someonePrint this pageShare on LinkedIn

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *