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Carlos Alvarez

Carlos Álvarez: poesía y resistencia

Qué decir de la resistencia en la actual fase de posmaterialismo, pesimismo histórico, consumismo paroxístico, esperpéntico amasijo relativista del todo vale, infrangible jurisdicción de la mercadotecnia, proliferación de subculturas infantiloides y simiescas, neomisticismos, etc. La posmodernidad es la antimodernidad —Habermas— en un contexto socialmente teratológico donde la anonadante sobreabundancia de información desencadena el caos anestésico de la desinformación, extendiendo masivamente la vacuidad paralizante de una perpetua, audiovisual y tecnológica ceremonia lúdica. El decálogo del facilismo desilustrado que permite dormir, en medio de una deshonesta tranquilidad, el aburrido y estúpido sueño de los justos. Para Paul L. Ravelo («Posmodernidad, antiglobalización y teoría crítica», Rebelión, 2003), «el capitalismo global de nuestro tiempo, tanto a través del salto tecnológico como a través de su máquina de guerra mundial, está generando las condiciones propicias para activar el dispositivo de reflexión comprometida del pensamiento». Frente a la supremacía del canon dinerario y la industria de la depredación, perviven demasiados motivos para la resistencia. Al final hemos de convenir con Carlos Álvarez en que la Historia —con mayúscula— fue un malentendido —¿una tergiversación?—. En 1993 Carlos Álvarez publicaba un libro de poesía: Memoria del malentendido (Madrid, Libertarias Prodhufi). En ese libro hay un poema de sardónica elocuencia —«Otra lección de historia»— que sirve de balance clarificador:

 

Toda la Historia fue un malentendido.
Si hoy Craso y Espartaco se encontraran
en la cervecería, liberado
ya aquél del poderío y de la púrpura
y el hedor de la sangre, éste del hierro
que le oprimió el tobillo antes de herirle
del último zarpazo,
podrían dialogar tranquilamente,
risueños, divertidos, asombrados

[…]

 

Pero la Historia —con mayúscula— no termina. Una realidad no prescribe por el simple hecho de negar su existencia o cambiarla de nombre —apoteosis del eufemismo—. Aunque una candorosa ingenuidad no debe llevarnos a desdeñar los incesantes éxitos de la perversión del lenguaje, el auge de los negacionismos, el superlativo aumento de los índices de alienación en virtud de los sofisticados, sutiles, pero sobre todo aplastantes, artificios de las autocracias mediáticas. Este impulso coactivo se distribuye colectivamente como pedagogía infernal a través de un megasoftware de reescritura-liquidación de la Historia: minimización de los acontecimientos embarazosos para el poder; reduccionismo de los mismos a la insignificancia —daños colaterales— y, por el contrario, la fastuosa magnificación de aquellos otros que revalidan el nuevo ordenamiento plutocrático. En el poema anteriormente citado, Carlos Álvarez fustiga a los negociantes de la barbarie:

 

[…]

(Lady Macbeth
erró al creer de Arabia los perfumes
incapaces de hacer blanca su mano,
sin letal pestilencia. Basta el tiempo
y acaso el turbio aroma de los cómplices
y nada más para borrar el crimen).
Mauthaussen fue un error; Chatila y Sabra
no significan más que el gesto torpe,
sin estudiar, de un mal actor novato,
pero que al fin domina el escenario
y el público aplaude…

[…]

Nadie
fue quemado en la hoguera por negar
la enseñanza del Papa; en todo caso,
no es sensato guardar tan viva imagen
de un suceso anecdótico, ya viejo,
sólo un simple y vulgar malentendido,
que no impidió el progreso de los hombres
hasta alcanzar la bomba de neutrones,
la pasión comedida, el aprobado
vital donde se esconde el conformismo.

[…]

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