José Jurado Morales
Universidad de Cádiz
Revista de Literatura Tierra de Nadie 4

Qué curiosa es la historia del arte en general y de la literatura en particular. Lo que en su día pudo ser un éxito clamoroso, con el tiempo puede quedar relegado al olvido, y viceversa: lo que pasó desapercibido alguna vez puede llegar con el tiempo a erigirse en bandera de un momento literario determinado. Siendo así el asunto, a quién puede extrañar que, incluso para los que tienen un buen conocimiento de esa historia literaria reciente, los apellidos Acquaroni Bonmatí no sean más que rarezas onomásticas de clara ascendencia italiana. En efecto, muchos no saben quién es José Luis Acquaroni Bonmatí y otros muchos, aun sabiéndolo, no han tenido la oportunidad de leer alguna de sus obras. Tal situación resulta paradójica cuando se advierte que este gaditano fue uno de los promotores de la literatura de su provincia en los años cincuenta, que se alzó con galardones para cuentos tan destacados como el Ínsula o el Hucha de Oro, que vio algunas de sus obras traducidas al inglés, francés y alemán, que fue una de las firmas que retrató la posguerra española desde las páginas de los periódicos, que dedicó una de sus novelas a su entrañable amigo Miguel Delibes o que llegó a ser el primer Premio Nacional de Literatura de la democracia.
Ante la desmemoria en que ha ido quedando sumido Acquaroni y, en consecuencia. la postergación y el desconocimiento de que adolece su obra, cabe preguntarse qué pájaro de mal agüero voló sobre su trayectoria literaria. Tengo para mí que la mala fortuna procede de la confluencia de varias circunstancias. En primer lugar, está el hecho de que su producción literaria total en forma de libro es relativamente breve: una novela corta, un libro de cuentos, dos ensayos y tres novelas [ref]Las referencias bibliográficas de las obras de Acquaroni son las que siguen: Novela corta: El cuclillo de la madrugada, Madrid, Ediciones Cid, colección «La Novela del Sábado», nº 52, 1954. Libro de cuentos: Nuevas de este lugar, Madrid, Editora Nacional, 1965. Ensayos: La corrida de toros, Barcelona, Noguer, colección «Andar y ver. Aspectos de España», 1957; Andalucía, Barcelona, Noguer, 1963; Andalucía, más que nacionalidad, Barcelona, colección «EI Documento Vivo», 1980. Novelas: El turbión, Valencia, Prometeo, 1967; Copa de sombra, Madrid, Cupsa, colección «Grandes Narradores», nº 14. 1977; Barcelona, Caralt, colección «Biblioteca Universal Caralt» Serie Novela., nº 87, 1981; A la hora del crepúsculo, Barcelona, Plaza & Janés, 1983.[/ref]. Evidentemente, no es poco, pero muchísimo más es lo queda desperdigado por revistas, periódicos y volúmenes colectivos de la época. Su vocación periodística y la perentoria necesidad de un sueldo para vivir hacen que Acquaroni destine sus esfuerzos a escribir para La Voz del Sur, Selecciones del Reader’s Digesl, ABC y otros medios. Como era de esperar, el carácter disperso, variado y efímero de estos escritos ha ayudado en poco a la notoriedad póstuma del autor. Por otro lado, tanto tiempo dedicado a esas tareas le impide atender a proyectos que exigen un periodo de dedicación más extenso, caso de una novela o un ensayo. De tal peculiaridad en la forma de trabajar era consciente él mismo, quien reveló públicamente en 1977 que encarnaba a «un escritor de fines de semana y de horas de asueto» [ref]Tadeo, Teresa F.: «José Luis Acquaroni, premio ‘José Maria Pemán’ de novela» [entrevista] en El Alcázar, 24 de diciembre de 1977.[/ref].
En segundo lugar, podría decirse que en términos generales Acquaroni no tuvo excesiva suerte en su relación con las editoriales. Ni la editorial Prometeo de Valencia, que dio a conocer El turbión en 1967, ni la madrileña Cupsa, que llevó a la luz en 1977 Copa de sombra, ni Luis de Caralt Editor, que desde Barcelona intentó un nuevo lanzamiento de esta última novela en 1983, fueron casas sólidas y ricas. Ninguna de ellas pudieron soportar los costes de segundas ediciones, integrar con regularidad a los considerados grandes escritores del país y, lo más grave, difícilmente pudieron sostenerse con el paso de los años, o desaparecieron o fueron absorbidas por otras de mayor calado. En los casos en que la editorial de acogida fue poderosa, los problemas vendrían de otra parte. Noguer, que publicó los ensayos La corrida de toros y Andalucía, más que nacionalidad, poco pudo hacer para mantener en el mercado unos títulos nacidos como fruto del encargo y que estaban ligados a unos momentos históricos determinados: la efervescencia de la fiesta nacional en los años de la posguerra y la oportunidad del discurso autonómico en plena transición democrática, respectivamente. Sin defensor se quedó A la hora del crepúsculo, la novela aceptada de buen grado por Plaza & Janés, pues apareció de forma póstuma en mayo de 1983, cuando Acquaroni ya llevaba muerto tres meses.
En tercer lugar, hay que incidir en el pensamiento conservador y en la cosmovisión tradicional del autor. Desde 1975 la labor desempeñada por investigadores y escritores ha ayudado a exhumar la obra de autores de posguerra que había quedado descuidada. No hay duda de que tal labor se ha centrado por lo común en el estudio de autores marginados por el franquismo. Así se escribe la historia, ya lo he mencionado: lo que es y existe ahora quizá no sea y exista nunca, y al revés: lo que no es ni existe quizá alguien lo invente y consolide como realidad en un futuro. Pues bien, si los escritores liberales, más o menos de izquierda (Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Emilio Prados, Miguel Hernández, etc.), quedaron apartados de la oficialidad durante los años de la dictadura, llegada la democracia, los escritores afines al pensamiento conservador del franquismo son los que han quedado desplazados (Dionisia Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Ignacio Agustí, Rafael García Serrano, Manuel Halcón, José María Pemán, etc.). Parece política y socialmente incorrecta la defensa de unos escritores que vivieron sus horas felices bajo la sombra o el resplandor, según se mire, del dictador. En mi opinión, esto es lo que le ha ocurrido a José Luis Acquaroni: la democracia ha castigado su afiliación a Falange, su voluntariado militar durante la guerra en el bando nacional, sus premios en los juegos florales de la posguerra, sus becas del Ministerio de Educación Nacional y de la Secretaría General del Movimiento, sus años de colaboración en ABC y su amistad con gente de la vieja guardia, entre ésta la de José María Pemán.
Sea como sea, el caso es que desde su muerte en 1983 no se ha vuelto a reeditar nada de su obra, salvo algunos intentos nacidos en los últimos meses y que tal vez den en un futuro próximo algún resultado. Su memoria apenas persiste en un concurso de relatos breves convocado por la Biblioteca Municipal de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y en algún homenaje puntual realizado desde esta institución. Un rastreo más o menos exhaustivo por las bibliotecas andaluzas me llevó hace unos años a levantar la voz de alarma. Cómo era posible que este Premio Nacional de Literatura no estuviera presente con cualquiera de sus obras en las estanterías de las bibliotecas públicas de Málaga, Córdoba, Almería o Jaén, en las bibliotecas universitarias de Cádiz, Huelva, Jaén o Córdoba. Y fuera de Andalucía, cómo era posible que ni la biblioteca pública de Madrid, ni la universitaria de la misma Salamanca ni la del Ministerio de Educación y Cultura conserven ejemplares de su obra. En fin, no es cuestión de alargar una queja que, en todo caso, no atañe con exclusividad a José Luis Acquaroni. Por todo lo dicho y por otras consideraciones silenciadas en este momento, quizá sea el momento de que esta Tierra de alguien corresponda por unos instantes a Acquaroni.