Descripción
Heredero de Quevedo, Bécquer, Machado, Cernuda, González, pero también de Donne, Blake o Auden, este libro esconde varias trampas. Es un volumen doble que agrupa dos conjuntos de poemas (poemario rima con osario). El primero, Engranajes para una lírica, alberga poemas de juventud, de meditada juventud. Y junto a éste, pero sin ruptura estilística, Los seres imposibles, libro de madurez, quizás de alocada madurez.
El primero es un vino que ha envejecido bien, como el vino de guarda, y que no produce excesivo sonrojo a su autor cuando, en algún recital, vuelve sobre sus poemas. No se arrepiente nunca de lo que ha escrito. Lo mejor sin duda, lo que más alaban críticos y lectores, son los poemas breves, despojados aparentemente de retórica, pero llenos de alusiones, dobles lecturas y recreaciones de lo escrito por otros. Son poemas-trampa, donde el lector cae inadvertidamente pensando que lee un breve madrigal o epigrama, pero queda atrapado por su carga de profundidad.
Los seres imposibles supone el cobro de una deuda con la vida, la vida que no nos deja vivir la literatura. De esta manera, esos seres, imposibles o posibles sólo dentro de un libro, viven literariamente su sensualidad y amor, ajenos al ajetreo sin sentido de la vacía vida cotidiana. Los poemas alcanzan la filosofía, casi la mística, para hablarnos de lo intemporal, de lo que realmente merece la pena y la alegría, postulando una vida que tenemos al alcance de la mano y que nunca nos atrevemos a vivir.
Una poesía muy personal y diferente, alejada de corrientes literarias, pero inmersa en la literatura, filológica, sensual, romántica «sin esperanza pero con convencimiento», de doble lectura, concebida bajo aquella genial máxima de Machado: «Da doble luz a tu verso,/ para leído de frente/ y al sesgo».
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